jueves, 17 de abril de 2008

La rebeldía se confiesa en Quilca

- Crónica CALLE CONTRACULTURAL

Quilca es el jirón de la contracultura. Último recodo de punks, 'subtes' y metaleros. La delincuencia lo invadió los últimos años. Nuevos cambios le aguardan. El Averno le dirá adiós a su tradicional local.

Y sucede que somos el latido de la tentación
el leve insomnio del pecado
el beso sin prejuicios
sosegando el abandono
hilando las sombras
separando la anécdota
de lo improbable del silencio.

Joe Varsot, poeta del asfalto. Una noche, algunas copas, algún lugar de Quilca.

Una envidiable tolerancia los salvó de sobrevivir como tribus errantes. Solo así se entiende cómo, después de haber sido desalojados de tantas calles, punks, góticos, 'subtes', metaleros, trovadores y fanáticos rockanroleros hallaron sin reproches un cobijo en el jirón Quilca. (Si la salsa no se baila aquí es porque nadie pone el disco). Junto con ellos, bohemios irredentos y poetas del asfalto construyeron un espacio para intercambiar sus voces entre vasos de licor. De otro poco de calle se apropiaron los puestos de libros viejos, las tardes de café y personajes de rollos no tan 'rolleros': los 'istas' de la rebeldía. Socialistas y trotskistas. Anarquistas y nacionalistas. Indigenistas y sindicalistas. Alfaomeguistas y comunistas intergalácticos. Aliados y rivales juntos y revueltos. Del odio al amor hay un paso. Quilca es la prueba.

La tolerancia pecaría de absurda si no existiesen puntos en común. En Quilca hay posturas o gustos que no se comparten o tácitamente están prohibidos: el reggaetón y la conformidad con el statu quo. El germen articulador de este espíritu contestatario --dice Herbert Rodríguez, autor de los irreverentes murales que han sellado la cuadra dos de este jirón-- ha sido el Centro Cultural El Averno, desde hace ocho años refugio de la cultura subterránea, de sus jóvenes escritores y sus rabiosas bandas.

Pero en algún momento Quilca comenzó a recibir nuevos visitantes. La delincuencia y las drogas se agazaparon en sus oscuras y desprotegidas esquinas. La calle 'underground' se volvió hostil. Sin un solo policía en la cuadra, los robos se hicieron impunes. Hace poco, su recuperación fue anunciada por la Municipalidad de Lima. Pero las buenas noticias nunca llegan solas. Por esos días, apareció el propietario del inmueble donde hoy funciona El Averno y reclamó la entrega del local. El pedido ha sido aceptado, no había otra. Su director, Jorge Acosta, ha confirmado el adiós a su vieja casa.

PROTESTA AVERNAL
A Jorge la gente lo empuja hace 25 años. Le incitan a hacer cosas que a veces él ni siquiera se da cuenta. "Me dicen, hay que hacer esto, hay que hacer lo otro. Y en medio de mi locura, acompaño la locura de los demás", dice. Así nació El Averno, el centro de la contracultura limeña. "La gente se fue pasando la voz de pronto ya teníamos a cientos metidos en el local, todos querían tocar, todos querían hablar, cada uno tenía su propio rollo la verdad no sé de dónde salió toda esa mancha".

Aunque su llegada a Quilca tuvo más de chiripa que de intención, que fuera él quien fundara este núcleo contracultural no fue casualidad, tampoco un arranque de borrachera. Jorge apareció en este jirón a mediados de los ochenta, luego del desalojo de La Colmena. Tenía 23 años. La primera cuadra de Quilca acababa de convertirse en una calle peatonal. Organizó sus discos y retomó la venta de música subterránea. Con el tiempo la oferta 'underground' se multiplicó en la zona. En las radios bombardeaban con los 'hits' del momento, pero en Quilca se escuchaban las canciones de Ramones, Sex Pistols y The Clash: "Este es un anuncio de un servicio público con guitarra/ ¡Conoce tus derechos! Tienes derecho a no morir /matar es un crimen /de no ser por un policía /o un amigo del poder /Tienes derecho a ser escuchado /estuviste mudo por mucho tiempo".

Fue así que Quilca comenzó a llamar la atención. Y así continuó hasta los noventa, cuando clausuraron los quioscos del tramo peatonal. Otra vez Jorge se quedó sin lugar. A buscar de nuevo. Y buscando halló, en la cuadra dos, una vieja casa abandonada. "¿Por qué no? Manos a la obra y a quitar todo el desmonte y la basura de adentro", dijo.

En ese trance se hizo amigo de Herbert Rodríguez, artista plástico del colectivo Huayco. Se conocían solo de vista pero fue el impulso de los amigos lo que los comprometió a sacar adelante lo que quedaba de esa casona y transformarla en la casa de la movida subterránea. Y así fue. Las bandas de rock no comercial se pasaron la voz. "De un momento a otro estábamos convocando al primer concierto", recuerda Jorge. Herbert se encargó del mural externo. Colores fuertes. Trazos corajudos. Pinceladas que hablan hasta hoy de la marginalidad.

"Aquí han tocado Leusemia, Los Mojarras, Uchpa, PTK (Pateando tu kara). El éxito está en darles presencia a grupos que fueron relegados de otros espacios", explica Jorge. Será por eso que El Averno parece un espacio liberado. Nadie obliga nada a nadie. "Si quieren tocar, ellos hacen sus afiches y se encargan de la convocatoria. Lo mismo con los recitales y las reuniones de discusión. Nosotros solo les ofrecemos el local", insiste.

La tolerancia siempre fue la clave. Por más que las paredes y los graffitis de los baños exhiban códigos y mensajes que llaman al anarquismo, El Averno albergó y promovió las manifestaciones de protesta contra el régimen fujimorista. El espíritu de inconformidad estuvo presente en los murales de Herbert. "Este local apareció porque había una necesidad de expresión por parte de grupos minoritarios de jóvenes, por eso no debería ser el único. Cada distrito debería tener el suyo", dice Jorge.


NOCHE INFIEL
La única fiel es la noche, canta Sabina. Pero en Quilca, la noche suele ser infiel. A los miembros de El Averno les ha sacado la vuelta un sinnúmero de veces. Los delincuentes la han cogido para hacerla su cómplice. En los últimos años el acecho ha sido mayor. Un día a Herbert lo 'bolsiquearon' cuando caminaba hacia la Plaza Francia. "Los choros son como los perros, huelen el miedo", dice Julio Durán, joven escritor miembro del grupo. Ni las galerías están a salvo. En El Averno se han perdido libros y discos. "Los poetas son los choros", bromea Jorge. "Ellos son los misios. Si hay ránkings de autores más leídos, Julio podría ser el más robado", suelta una carcajada, pero luego se pone serio: "falta iluminación y policías".

La Municipalidad de Lima ha escuchado el pedido. Ahora que la primera cuadra cambiará de rostro con el funcionamiento del Teatro Colón, se ha previsto colocar más serenos. Mientras estos cambios ocurran, el local de la contracultura deberá buscar otro ambiente. El actual será entregado al dueño antes de enero del 2007.

POESÍA DEL PAVIMENTO
Parques oscuros y calles solitarias /son testigos de los sueños /despertando siempre con el hambre insatisfecho /y el miedo sumergido en mi cuerpo /tan solo queda el silencio (Ricardo 'Mistiko')

En Quilca no solo se encuentran las bandas rabiosas y sus oyentes. También confluyen los poetas de la calle. Poetas pobres y rebeldes que vuelan por algún sórdido huarique. Poetas de eso que han denominado contracultura. Richi 'Lakra' es uno de ellos. De día es padre de dos niñas y por la noche, un poeta libre en busca de nuevos versos que publicar en el 'fanzine' (folleto) que dirige: "Poetas del Asfalto".

En esas páginas, Ricardo Vega o Richi 'Lakra', como firma y como todos en Quilca lo conocen, puede contar las veces que ha caído borracho en ese frío asfalto, hablar de los grupos que lo han enamorado en sus días insomnes, despotricar contra Daniel F por "llamarse subterráneo cuando hace tiempo dejó de serlo" o reivindicar la obra de Bukowski. A pesar de su frágil apariencia --delgado, miope y mirada tierna-- los versos de Richi son como flechas venenosas contra el orden establecido.

La poesía hecha en Quilca habla en bruto. Una realidad sórdida, pesada, ataviada de rabia. "¿Si cierran el Averno, a dónde nos vamos a ir?", se pregunta Richi.

Esta cultura 'quilqueña', de la que hablan Jorge y Herbert, va más allá de la movida subterránea y los versos punzantes de sus poetas. En este jirón reside el bar Queirolo con sus incomparables sánguches de jamón del norte, el Bulevar de la Cultura, donde la venta de libros viejos se confunde con la de los piratas, también están los vendedores de viejas revistas y sus infaltables canillitas.

Julio Domínguez es canillita y, a la vez, la referencia histórica más cercana de todos los cambios que este jirón ha experimentado. Cincuenta de sus 77 años se ha dedicado a vender periódicos en la esquina de Quilca con el jirón Camaná, mucho antes, incluso, de que la primera cuadra fuera convertida en peatonal. "Antes era más tranquilo", dice don Julio. Su recuerdo no suena a queja. "Solo son tiempos distintos", insiste.

En su estante, además de las viejas revistas, están las publicaciones de Jota Lee, el antólogo marginal de frases y chistes filosos como el cuchillo que el ingenio ha hilvanado en noches turbulentas: Deje volar su imaginación, fume dinamita; Si quieres que tus sueños se hagan realidad no duermas; el mundo está lleno de fracasados bien educados.

En otra de esas viscerales selecciones se registran los porqué esparcidos por la 'radio bemba' luego de varios vasos de cerveza encima: ¿Por qué le dicen revista "Caretas"? Porque de lejos parece "Gente". ¿Por qué cajero automático? Porque trabaja las 24 horas. ¿Por qué cemento? Porque bebe hasta quedar duro. ¿Por qué lunes? Porque nadie quiere que llegue.

Así es Quilca, donde leer y tomar va a cuenta tuya y reír a cuenta del anfitrión. Pero también es posible recordar o, simplemente, coleccionar. La dosis de nostalgia hacia las monedas, estampitas, héroes o antihéroes de plástico se encuentra al extremo izquierdo, en el jirón Camaná. Wilfredo Guadalupe vende allí muñecos de Mafalda, Astroboys y Topo Gigio hasta las últimas versiones de los juguetes de Star Wars. Un puesto dedicado a la infancia ida o la pasión por la colección. No es el único, pero sí el más antiguo. ¿Acaso los 'subtes' no tuvieron infancia?

Nadie sabe con exactitud qué pasará luego de la remodelación. La Municipalidad de Lima se ha comprometido a no afectar el espíritu de la calle. Por ahora solo se sabe que donde hoy se encuentra El Averno se levantará un centro comercial. Pero, como el amor, que nunca muere y solo cambia de lugar, Jorge dice que está en busca de un nuevo local. ¿Y si no lo encuentran? No responde. Silencio.

Nelly Luna Amancio

POSTALES 'UNDERGROUND'. La Municipalidad de Lima ha iniciado la remodelación del jirón Quilca. El Averno, uno de los principales lugares de reunión de esta arteria, será desalojado por el propietario del local. Sus visitantes se preguntan sobre el futuro de esta calle.(Fotos: Giancarlo Shibayama) Domingo, 3 de setiembre de 2006

Fuente: http://www.elcomercioperu.com.pe/EdicionImpresa/Html/2006-09-03/ImEcLima0570429.html


- El Averno no puede morir
Por El Ronsoco Ilustrado


No, no nos referimos a la célebre antesala del infierno sino al que -todavía- sigue siendo uno de los puntales de la cultura alternativa en Lima. Y decimos todavía porque el legendario centro cultural está siendo víctima del acoso de un puñado de delincuentes a sueldo de una inescrupulosa inmobiliaria que los quiere echar donde y cuando quiera. Una vez más, la inteligencia y el arte del Perú son atacadas con impunidad por aquellos sectores que nos siguen obligando al atraso y a la ignorancia.

El Averno, fundado en 1998, es uno de los grandes reductos contraculturales y un espacio de libertad que creció poco a poco rompiendo el clima de mediocridad y autoritarismo del fujimorato. Allí empezaron a reunirse los intelectuales y artistas que ya estaban hartos de la dictadura y sus sobones. En el Averno se confeccionaron las primeras banderolas y pancartas que atacaban públicamente la tiranía. Allí se dio el famoso concierto del Nueve (9 del noveno mes de 1999) con Piero Bustos, César N y Cachuca. Al mismo tiempo que era sede de reuniones políticas, acogía conciertos, exposiciones y recitales. Fue hogar de quienes lucharon y luchan contra las atrocidades de las empresas mineras y allí albergaron a los Viernes Literarios que impulsa el poeta Juan Benavente.

El Averno acogió casi todas las manifestaciones artísticas de nuestro Perú plural: Teatro callejero, rock progresivo, danza moderna, música andina y criolla, poesía contemporánea, mimo, artes plásticas, fanzines. En El Averno se han presentado poemarios fundacionales, en sus paredes se han exhibidos singulares productos artísticos y allí se han celebrado fiestas históricas. Personalidades de la talla de Oswaldo Reynoso o Manuel Acosta Ojeda han participado en sus actividades. Los murales que Herbert Rodríguez y Jorge Miyagui pintaron en sus extramuros -que causaron irritación a los alcaldes Andrade y Castañeda- ya forman parte del paisaje ciudadano. Junto con el Queirolo y el Bulevar de la Cultura formaron un trípode cultural que convirtió a Quilca, sin duda alguna, en la calle más libre del Perú.

Después de todo lo dicho pareciera imposible que semejante lugar se viera sometido al acoso de matones y chaveteros, pero así es. Si bien los directores de El Averno han logrado apalabrar con el dueño del inmueble su desalojo a fines de año, los futuros dueños no tienen tanta paciencia ni dignidad. Oscuros intereses quieren que el Averno cierre ya mismo. Y para eso se han valido de amenazas de muerte, ataques armados, incendios provocados y daño a la integridad física de quienes viven y trabajan allí. En los momentos que escribo esta columna El Averno ya ha sufrido dos conatos de incendio más dos allanamientos seguidos de robo y destrucción del material artístico existente. La impunidad es tal que dichos matones ya han sido identificados y hasta fotografiados (al parecer, son también militantes apristas). Todo esto ha puesto al Averno en situación de alerta y vigilia cada noche, amén de pedir colaboración económica a los amigos para reparar los daños.

En otro país, las instituciones se hubieran volcado para ayudar a esta casa de la cultura y defenderlos de un puñado de forajidos (pienso en cómo el Ayuntamiento de Berlín coopera con los activistas del legendario Tacheles, la famosa cooperativa de artistas que convirtieron un palacio abandonado en un poderoso centro contracultural) pero en Lima no se hace mucho. La policía ha respondido pasivamente y cualquiera diría que les importa un pepino todo lo mencionado. El silencio de las instituciones es sepulcral. Los incidentes apenas si han sido mencionados por los medios. La indiferencia general es asfixiante.

Pero el Averno no puede morir. Y no lo hará. No tengo ninguna duda en que resistirán, se reencarnarán en otro local u otra calle a responder con mayor contundencia, con mayor sinceridad. Y no morirá porque responden a una demanda real: La necesidad de espacios gratuitos y comunitarios de disfrute de la cultura. En un país donde todo se privatiza, los libros cuestan un dineral, la televisión es una basura y la mejor educación sólo es para los ricos; lugares como el Averno siguen siendo una de las pocas trincheras que defienden una cultura de libertad, de solidaridad y de igualdad. ¿Vamos a dejar que las sepulten?

El Ronsoco Ilustrado
Javier Garvich
(Lima 1965) Sociólogo, cursó estudios en la Pontificia Universidad Católica de Lima. Ejerció el magisterio en la Escuela Superior de Periodismo Bausate y Mesa y en la Escuela de Teatro de la Universidad Católica. Exiliado en España durante el fujimorismo, fue fundador y después director de Quipu, la primera revista cultural para inmigrantes peruanos en España. Actualmente, es el editor de la Revista Peruana de Literatura.

Fuente: http://www.terra.com.pe/noticias/articulo/html/act600287.htm

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